TESTIMONIO ERIK TONSBERG

TESTIMONIO ERIK TONSBERG

En mi juventud viajé en Asia durante varios años. A volver a Suecia, mi país de nacimiento, tuve que ingresar en el hospital por unos dolores gástricos. Me investigaron, pero sin entender lo que me pasaba. Los dolores se acabaron y la vida siguió. Durante los años setenta me mudé a vivir al sur de España. Por allí, durante un control médico normal, vieron que algo raro pasaba en mi cuerpo. Había pasado treinta cinco años después de mis viajes en Asia y algo durmiente se había despertado en mi cuerpo. Diagnosticaron Hepatitis C y al final me encontré en consulta 15, digestivo, Hospital Carlos Haya en Málaga. Me dijeron que la única posibilidad de seguir en vida sería un trasplante de hígado.

 

Te cortan por la mitad, te abren y arrancan lo llevas dentro, lo cambian por trocitos de un cadáver y te vuelven a cerrar con una grapadora. Luego te meten en una habitación llena de chicas guapas. Tuve el privilegio de ser el ocupante de esta habitación, el 627, en la sexta planta del Hospital Carlos Haya, durante una temporada el año 2007. Por allí me trataron las enfermeras con tanta sutileza que me enamoré de todas ellas.

 

La experiencia de una intervención de esta magnitud, como es un trasplante de hígado, es difícil de compartir. Es imprescindible el hecho de que te has desnudado física y psicológicamente ante de las personas que te han cuidado. Te has unido con ellos/ellas en una manera que nunca vas a poder unirte con ninguna otra persona. Sólo los que lo han vivido, los que han estado allí, saben por dónde has pasado, como en otras situaciones límites de la vida.

 

Unos meses después de esta aventura me enrolle en un gimnasio. Nunca había sido deportista, pero ahora tuve que recuperar la fuerza que había perdido durante unos años de declive por la enfermedad. Estuve levantando pesos, haciendo abdominales y cualquier cosa que las maquinas del gimnasio me ofrecía. Más útil que todo fueron las sesiones de bicicleta en grupo. Animado por los compañeros las horas sobre pedales se convirtieron desde agonía hasta anticipados.

 

 

Después de un año y medio estuve más fuerte que nunca. Han pasado quince años desde mi operación y llevo una vida perfectamente normal. Doy mis paseos y hago mis ejercicios. El hospital me controla admirablemente con regularidad. Pienso en mi donante y en su familia y siento una inmensa gratitud hacía ellos y hacía todo el equipo médico que me han regalado estos años de vida.